Dulces de cardamomo

Foto: EFE/Archivo
Por: Ilka Oliva Corado
22 de julio de 2025 Hora: 01:09
Está en el estanque lavando la ropa de toda la familia desde las cuatro de la madrugada, algunas llegaron desde las tres, cada una acompañada con un candil para alumbrarse un poco en la gran oscurana en medio de la arboleda de la aldea. De dicha tienen una galera que las cubre un poco cuando llueve sin viento, pero cuando son tormentas no hay dónde refugiarse y lavan recibiendo el aguacero, terminan con la ropa empapada que va escurriendo mientras caminan de regreso hacia sus casas.
Si terminan antes de que amanezca aprovechan a bañarse, con jabón de coche o aceituno que llevan envueltos en tusas, y sin faltar la piedra poma para restregarse los carcañales. Pero si el día aclaró no pueden porque el estanque está a la orilla del camino y para el filo de las seis de la mañana se ha llenado de vacas, cabras, niños y adolescentes que van a pastorearlas. De adultos que van a tomar el autobús para viajar a la capital.
A las seis en punto Lupita tiene que irse a organizar la venta, a cuajar la leche para hacer el queso, irse a la parcela a cortar las flores y ramitas de velo de novia. Los huevos de las gallinas que recogieron desde la tarde anterior los envuelve de uno en uno en tusa para que no se quiebren. Corta las guías de los güisquilares y las amarra en pequeños manojos. Ramitas de chipilín y hierba mora, miel de abeja, manojos de ocote. Echa todo en el canasto y prepara su yagual.
Comienza a amasar el queso, el suero lo pone en bolsas plásticas de a una libra porque también lo vende. Coloca las bolitas de queso en hojas de guineo y las acomoda dentro del canasto. A las carreras se toma una taza de café de maíz, mientras se come una tortilla con sal. Se amarra el delantal, su mamá le persigna la venta con ramas de ruda y se va a vender a la colonia recién estrenada que ahora está en la que era la finca Los Cipreses.
Lupita recuerda los árboles frondosos y el zacatal que había en la finca. Observa con tristeza que la urbanización dejó el suelo erosionado, polvazones y lodazales, lotes diminutos que venden a la gente al precio de un ojo de la cara.
En media hora vende todo lo que llevaba en el canasto, con ese dinero va al mercado a comprar media botella de aceite, una libra sal, una libra de azúcar, baterías para el radio y un quetzal de dulces de cardamomo que les lleva a sus cinco hermanitos que la esperan en casa, a quienes cuida como si fueran la niña de sus ojos.
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